Un viaje al inconsciente del escritor Andrés Caicedo

Una de las versiones de ¡Qué viva la música!, la novela de Andrés Caicedo que cumple 46 años este mes, iba a terminar con una declaración que podría leerse como la antesala de una noche de fiesta: “Enrúmbate ahora y después derrúmbate. En mí ya no queda ni luz ni alegría…”.

Ese final fue sacado parcialmente de la voz de su protagonista, la “rubísima” María del Carmen Huerta, que en la edición publicada dice:

Tú enrúmbate y después derrúmbate. Échale de todo a la olla que producirá la salsa de tu confusión. Ahora me voy, dejando un reguero de tinta sobre este manuscrito…

El borrador de esa novela, que Caicedo recibió el mismo día de su suicidio el 4 de marzo de 1977 —tenía 25 años, la edad en la que desde adolescente anunció que moriría—, es mostrado por su hermana Rosario Caicedo en el documental Balada de niños muertos, del director caleño Jorge Navas.

El título, que el autor deseaba para un volumen de cuentos, no es solamente un guiño al cine de terror del que Caicedo escribió tanto en sus críticas en la revista Ojo al cine como en su correspondencia epistolar, sino que obedece a la exploración central de la cinta de Navas: la de una vida y una obra en la que confluyen lo monstruoso de la vida, el desconcierto de la muerte.

A los personajes del autor de Noche sin fortuna los acosa el fantasma de una diversión mezclada con el desastre. En el desenfreno del baile, las drogas y la fiesta brava se construye su desolación, el pantano en el que danzan como angelitos enturbiados y felices.

Quienes lo han leído tienen de seguro presente el relato de sus canibalismos, peleas, recuentos de muertes y “descuartizojeramientos”. En ellos la circunstancias familiares, institucionales y afectivas, antes que aliviar o prevenir la caída la impulsan, en una deriva de autodestrucción que parece ser el destino en el que se enlazan lo colectivo y lo individual.

Primer acercamiento

A Navas, que tenía 4 años cuando Caicedo murió, este fue un asunto que le llamó la atención. De hecho, su acercamiento al autor de Angelitos empantanados llegó de una forma que ilustra las lecturas que se han hecho alrededor de su obra.

A los 15 años “una señora religiosa, muy fanática” le dio a leer, a él y un grupo de amigos, un ejemplar de ¡Qué viva la música! para que vieran cómo la música y las drogas podrían acabarlos. “Lo que supuestamente era para asustarnos se volvió una pasión y el encuentro con un alma gemela”, dice el cineasta.

El documental lo presenta 25 años después de Calicalabozo, una producción experimental también inspirada en la obra del escritor caleño. “Me asombra lo vital que sigue siendo su obra”, dice Navas. “Tantos años después de publicada, y con todo lo que pasa en el mundo, sigue siendo de vanguardia y estando muy presente”, dice sobre Caicedo, a quien considera un referente de la juventud, la salsa, el rock, la psicodelia y la música de los años setenta en Cali.