Andrés Caicedo se defendió como pudo de los demonios que vivían en su cabeza. El escritor caleño que alcanzó el reconocimiento después de su suicidio, a los 25 años, estuvo siempre atormentado. Era un artista incomprendido que creció viendo a su mamá hablarles a sus dos hermanos muertos y siendo al mismo tiempo el milagro, el único de los hijos varones en sobrevivir. Antes de nacer, su familia sufrió la primera pérdida cuando murió Juan Carlos, el mayor. Cuando Andrés tenía 7 años murió el segundo, Pachito, un niño que nació con hidrocefalia y solo vivió dos años. La infancia del escritor, marcada por la muerte, es el inicio de un nuevo documental sobre su vida que explora su fascinación por las historias de terror a través de los guiones que escribió de este género.
Balada para niños muertos, dirigido por el caleño Jorge Navas, es un documental contado en clave de horror sobre un Andrés Caicedo que lee historias de vampiros y que escribe guiones de terror con el sueño de que Hollywood se los compre. Navas hace referencias al cine de horror clásico para mostrar el inframundo de Andrés Caicedo y acercarse al hombre detrás del mito. “Es una película sobre una persona que sufrió mucho, sobre la angustia, sobre un momento muy oscuro”, dice Navas por teléfono.
La voz atormentada de Caicedo (Cali, 1951-1977) estuvo en cada cosa que escribió, pero ―apunta el director― “lastimosamente su suicidio opacó su poder como autor”. Luis Ospina, fallecido en 2019, aparece en el documental como amigo personal de Andrés Caicedo, pero también como su lector. En una parte, mientras enseña las traducciones a diferentes idiomas de ¡Qué viva la música!, su novela póstuma, dice que la obra de Caicedo sigue vigente por su valor y no por el empeño de unos pocos y buenos amigos, como han afirmado quienes no están tan convencidos de su genialidad. “El error de la literatura colombiana con la obra de Andrés fue creer que era un fenómeno local, por eso siguen diciendo que es un invento de los amigos, pero ya es un hecho que su obra ha trascendido. Son libros sobre los problemas de la adolescencia, que son los mismos siempre”, decía Ospina en el documental, que tenía previsto su estreno en salas 2020, pero la pandemia lo aplazó.

Su suicido a los 25 años despertó un interés por lo que hacía que en vida le fue esquivo. Balada para niños muertos se centra en la parte de la historia en la que Andrés viaja a Estados Unidos, en 1973, creyendo que se iba a quedar allí viviendo de sus guiones de terror. Pero fracasó y los meses que vivió en Alvarado Street, en Los Ángeles, marcaron lo que le quedaría de vida.
Sus tres hermanas aparecen en el documental, pero Rosario es la que cuenta cómo fue esa época, cuando le ayudaba a traducir al inglés, con ayuda de un diccionario, las aterradoras historias que escribía. Ella estaba por los 23 años y Andrés estaría por cumplir 22, cuando se instaló por unos meses en su apartamento en Houston, a donde había llegado de Cali recién casada. “Su plan era delirante: quería que yo tradujera sus guiones para ofrecérselos a Roger Corman en Hollywood”, cuenta Rosario por teléfono. “Sabía que era un sueño que no se le iba a dar, pero le convenía estar ahí”. Haber hecho ese viaje fue definitivo. En Los Ángeles empezó a escribir ¡Qué viva la música!, su libro más famoso.